
Este artículo no habla solo de cómo mejorar el engagement entre empresa y trabajador. Cuenta una historia. Una hermosa historia de amor.
La historia de la primera vez que me enamoré de mi empresa.
Mi primera vez
Y digo la primera vez porque, lo mismo que pasa con las parejas, no siempre estoy perdidamente enamorado de la empresa en la que trabajo. Hay períodos en los que me siento muy afortunado de trabajar donde trabajo y momentos en los que me gustaría marcharme y olvidarlo todo, pero al final las dos partes nos esforzamos por mantener viva la llama de la pasión. En sentimiento de gratitud por pertenecer a una organización debe existir y debe ser mutuo si queremos que una relación laboral funcione.
Bueno, vamos con mi historia. Yo hacía apenas unos meses que me había incorporado a mi trabajo. En mi oficina éramos unas 15 personas, pero siempre había oído que pertenecíamos a una empresa de más de 400 empleados. La verdad es que entonces me daba lo mismo, yo veía las mismas 15 caras todos los días y para mí, mi empresa eran mis compañeros.
Entonces nos llegó la convocatoria del encuentro de verano. Se trata de una actividad que mi empresa realiza todos los años para que todos los compañeros podamos vernos y participar juntos de actividades fuera del trabajo.
Os voy a ser sincero, entonces me sonó a tomarme una cerveza gratis y no trabajar una tarde. No podía estar más equivocado. Ese día me enamoré de mi empresa.
En primer lugar, me enamoré porque ví el esfuerzo que realizaba la organización con el único objetivo de que yo y los que eran como yo estuviéramos felices y nos sintiéramos parte de una organización. Una empresa que tiene eso en mente, que organiza un evento para personas, no es solo una fría máquina de hacer dinero por el mero hecho de acumular. Es un grupo de gente con un objetivo común. La empresa demostró que, si nosotros éramos capaces de dar lo mejor de nosotros, la organización haría lo posible por devolvernos el favor.
Las relaciones interpersonales
En segundo lugar, tuve la ocasión de conocer a mucha gente nueva. Gente, por otra parte, que a lo largo de mi vida profesional ha sido importante. No siempre conocemos a todos los compañeros y, aunque creamos hacerlo, muchos somos muy diferentes fuera y dentro de las horas de trabajo. Yo tuve la oportunidad de charlar con compañeros de profesión que estaban en otras oficinas y con los que me he cruzado frecuentemente, incluso trabajando codo con codo, a lo largo de los años que llevo en mi empresa. Seguramente la experiencia de haber charlado cordialmente antes de sentarnos a trabajar juntos haya hecho que nuestras relaciones sean mejores y más fluidas.
En tercer lugar, pude ver a mis superiores como seres humanos. La realidad es que tendemos a alejarnos de las personas que están a nuestro cargo y viceversa. Poder tomar una cerveza juntos (o jugar al futbol, que hay más formas de pasarlo bien en la vida aparte de comer y de beber) y hablar de cosas totalmente ajenas al trabajo, fortalecen los lazos humanos y aumentan el espíritu de equipo, que son fundamentales para cualquier organización que funcione aceptablemente bien.
Recuerdo que salí de ese evento con la sensación de haber encontrado al fin un lugar donde quería pasar una parte importante de mi carrera profesional. Y lo cierto es que yo soy una persona con hambre de nuevos retos y que tiendo a cambiar frecuentemente de empresa, pero llevo ya varios años vinculado con la organización a la que pertenezco.
Puedo decir sin miedo a equivocarme que parte de la culpa de que no me haya ido la tienen los detalles humanos que me hacen sentir querido: las cenas de navidad, los eventos de verano, los pequeños teambuilding de motivación… son cosas que me hacen apreciar a mis compañeros como algo más que gente con la que comparto espacio de trabajo y que hacen que perciba a mi empresa como algo más que una organización cuyo objetivo es ganar dinero con mi trabajo. Me hace sentir parte de una comunidad de seres humanos.