El rendimiento de una persona es el resultado de la combinación de una serie de factores psicológicos que son los responsables de la actitud concreta con la que se enfrenta a los retos de su trabajo diario. Estos factores están relacionados íntimamente con la manera en que esa persona se ve a sí misma y cómo percibe su papel dentro del equipo o la organización de la que forma parte.
Estos seis elementos no son inmutables: muy al contrario. Una misma persona tendrá predisposición a destacar en unos aspectos y flaquear en otros, pero aparte de esto va atravesando diferentes niveles a lo largo del tiempo, incluso en una misma jornada laboral. Lo interesante es conocer estos factores para aprender a controlarlos y alentar aquellos que contribuyen positivamente al rendimiento. Así podremos alcanzar el estado psicológico óptimo para tener un alto rendimiento, tanto de forma individual como en equipo.
1) Motivación
Una persona motivada se caracteriza por poseer un firme deseo de conseguir algo, bien sea para sí mismo (motivación de logro) o para compararse socialmente (competitividad, aspecto que veremos más adelante en este artículo).
Las metas marcadas pueden ser de dos tipos: hacia la tarea (logros concretos relacionados con la ejecución y el dominio de destrezas) y/o hacia el resultado (el objetivo final). Las personas con un alto rendimiento se caracterizan por orientar su motivación de logro hacia la consecución de las metas del primer tipo, las tareas. Se marcan pequeños retos en el día a día que son perfectamente asumibles y que una vez alcanzados les hacen un poquito mejores para llegar al objetivo final. Al mismo tiempo, les reportan una satisfacción a corto plazo que realimenta su motivación y autoconfianza.
No se trata de obviar por completo la meta final, sino de dedicar nuestras energías a subir peldaño a peldaño una escalera de 100 escalones. Si desde el primer escalón miramos hacia el último, es probable que nos desanimemos o incluso que nos tropecemos porque no prestamos atención a dónde ponemos el pie. En cambio, si subimos escalón a escalón seremos más conscientes de lo que hemos ido conquistando, y finalmente, paso a paso, alcanzaremos la cima.
2) Concentración
Una persona concentrada es capaz de focalizar su atención sobre los elementos relevantes de la tarea, que en ciertos casos demandará un foco más amplio (atendiendo varios aspectos de la misma) y en otros uno más estrecho (centrándose en uno o dos primordiales).
En términos generales, suele contribuir al rendimiento el adoptar un espectro amplio la primera vez que nos enfrentamos a un desafío para luego centrarnos en los aspectos principales.
3) Seguridad
Una persona segura confía en sus propias habilidades y competencias para lograr el éxito en la tarea que se propone. La actitud es muy importante: los primeros que debemos creer en nuestras posibilidades somos nosotros, ya que la falta de autoconfianza genera pensamientos limitantes que nos impiden dar lo mejor de nosotros mismos.
No debe confundirse con ser una persona confiada. Las personas confiadas tienden a subestimar la dificultad de la tarea, lo que conlleva con toda probabilidad una inadecuada dedicación de atención y activación. En estos casos, el rendimiento es muy bajo.
4) Activación
Una persona adecuadamente activada es capaz de ajustar su estado mental a las demandas de la tarea que se dispone a realizar, independientemente de si personalmente es de naturaleza tranquila o inquieta. Es decir, consiste en dimensionar el esfuerzo y la tensión: ni tan poco que no lleguemos, ni tanto que nos pasemos.
Este factor es importantísimo: si afrontamos una maratón como si fueran los 500 metros lisos fracasaremos por agotamiento, y también a la inversa por no haber dado el máximo. Esto es perfectamente aplicable al día a día en el trabajo: a veces tareas no prioritarias despiertan una gran tensión en nosotros simplemente porque son urgentes, cuando lo verdaderamente importante todavía se queda en el cajón.
La tensión y las subidas de adrenalina son respuestas biológicas muy útiles para mantenernos alerta, pero cada tarea, en función de su dificultad e importancia, precisa un nivel de activación concreto. Ser capaz de detectar esto y saber adecuarlo a cada tarea es una habilidad que contribuirá de forma decisiva al éxito/fracaso de dichas tareas en el futuro.
5) Competitividad
La competitividad está relacionada las ganas por realizar las tareas al máximo de las propias capacidades, independientemente de la motivación para la consecución de los objetivos. A una persona competitiva puede no importarle el objetivo final y en cambio desear intensamente salir victoriosa.
La competitividad conecta con otros aspectos psicológicos como la actitud, la convicción y la autoconfianza de la que acabamos de hablar.
6) Cohesión o pertenencia
Como guinda, hablaremos de la cohesión o de pertenencia. Una persona no puede dar el máximo rendimiento si no es como parte de una entidad mayor: un equipo, una organización. Una persona cohesionada es consciente de que no camina sola en busca de sus metas, sino que persigue un objetivo común.
Las dinámicas positivas que genera un grupo cohesionado contribuyen tanto a los objetivos generales del mismo como a los objetivos personales de cada uno de sus miembros.
Estos seis factores no solo condicionan el nivel de rendimiento en el día a día: también son los responsables de “poner techo” a la progresión de una persona dentro de una organización. Cuando fallan aspectos como la motivación o la seguridad en uno mismo, difícilmente podemos seguir evolucionando y llevar nuestras propias capacidades un paso más allá, que es, en definitiva, en lo que consiste el crecimiento.
¿Y qué hay de ti? ¿Notas que flaqueas en alguno de estos puntos? ¿Crees que podrías llegar más lejos si trabajases la forma en la que ves las cosas o te relacionas con tu equipo para mejorarlos?
Escrito por Laura Blanco